sábado, 15 de junio de 2013
Y REGRESÓ UN SÁBADO DE JUNIO...
viernes, 13 de enero de 2012
...Y REGRESÓ UN VIERNES 13
Hace mucho que no escribo, últimamente han pasado muchas cosas en mi vida que me han convertido en una especie de zombi de rostro sonriente. Estoy bien, podría jurar que después de mucho tiempo no tengo ganas de auto compadecerme por nada. Las cosas que pasaron quedaron atrás. No las olvide pero quedaron atrás y espero que no regresen. Ya no odio, y ese es un buen síntoma (creo yo) para estar en paz conmigo mismo. ¿He perdonado? No lo sé, solo sé que ya no quiero revolcarme en la pesadumbre y la tristeza otra vez, prefiero ver las cosas de un modo distinto y tal vez por que no, tener la esperanza de que todo va a cambiar. Por lo pronto tengo una tarea pendiente y es algo que tiene que ver con lo físico, me veo fatal, he descuidado tanto mi apariencia exterior que ni yo mismo me reconozco, suelo creer que el sujeto que veo cada mañana en el espejo es alguien que conozco pero que definitivamente no soy yo. Como dije desde el principio hace mucho que no escribo y empezar a hacerlo a partir de una necesidad es muy motivadora para mí. Sigo siendo el mismo de siempre un poco magullado pero sonriente no se fijen en mis heridas solo vean mi corazón y sonríanme otra vez.
cesarvill
domingo, 29 de mayo de 2011
UN CUENTO FANTÁSTICO
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
martes, 15 de febrero de 2011
sábado, 5 de febrero de 2011
MANUEL SCORZA (1928 - 1983)
para que los desdichados se laven la cara
Buscadme cuando amanezca.
Entre la hierba estoy cantando.
Manuel Scorza
Hace 28 años un trágico accidente aéreo apagó la vida de uno de los más importantes poetas y narradores peruanos de nuestro tiempo. Desde muy joven se dedicó activamente a la lucha política, razón por la cual, a los veinte años viajó como exiliado a México. Allí publicó su primera obra importante: "Las imprecaciones", donde muchos de los versos aparecidos, fueron fruto del desasosiego en el que lo había sumergido el exilio. Diez años después, y ya depuesta la dictadura, regresó a Lima continuando con su carrera literaria, sin olvidarse nunca de la lucha por los derechos sociales de los más oprimidos. Una manera de recordar siempre a un autor es leyendo su obra y haciéndola conocer a los que, por diversos motivos, la ignoran.
Epístola de los poetas que vendrán
Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
tal vez mañana los poetas pregunten
por qué nuestros poemas
eran largas avenidas
por donde venía la ardiente cólera.
Yo respondo:
por todas partes oíamos el llanto,
por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.
Mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire el pan con envidia,
el trigo no podrá dormir;
mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
mi corazón no sonreirá.
Matad la tristeza, poetas.
Matemos a la tristeza con un palo.
No digáis el romance de los lirios.
Hay cosas más altas
que llorar amores perdidos:
el rumor de un pueblo que despierta
¡es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡es más puro que el diamante!
El poeta libertará el fuego
de su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
donde se queme este mundo sombrío.
Música lenta
Para que tú entres,
a veces de tristeza, el corazón se me abre.
Como una puerta tímida,
para que tú entres, el corazón se me abre.
Pero tú no vienes,
no vuelas más sobre los campos.
En vano mi corazón
a la ventana de su dolor se asoma.
Pasas de largo,
como si el viento
soplase sólo para allá.
Pasa la mañana y no viene la tarde.
Y el corazón se me cierra,
como una mano sin nadie, el corazón se me cierra.
Serenata
Íbamos a vivir toda la vida juntos.
Íbamos a morir toda la muerte juntos.
Adiós.
No sé si sabes lo que quiere decir adiós.
Adiós quiere decir ya no mirarse nunca,
vivir entre otras gentes,
reírse de otras cosas,
morirse de otras penas.
Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse,
olvidando, como traje inútil, la juventud.
!Íbamos a hacer tantas cosas juntos!
Ahora tenemos otras citas.
Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes.
La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós.
Contra el viento el poeta nada puede.
A la hora en que parten los adioses,
el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas
que vuelen sin cesar sobre tu sueño.
lunes, 31 de enero de 2011
Hugo Salazar Chuquimango - Primera exposición individual
CRÓNICA. EL SURREALISMO EN VIGILIA
Pintar los sueños despiertos
Gonzalo Galarza Cerf
El vigilante camina de un extremo a otro del barco. Solo. De proa a popa, su vista registra el piso de madera, redes, cabos, otras embarcaciones a los lados, y el mar, ese océano que veía como algo inmenso desde su casa en Ventanilla. Durante doce horas. De 7 p.m. a 7 a.m. Durante 365 días del año. A veces, se sienta y su mirada baja la guardia, pero su mente no. ¿Para qué estoy aquí, en este mundo?, se cuestionó una madrugada ante el horizonte. Y de pronto se vio de niño, siendo valorado y estimado por ser buen dibujante. “Voy a retomar el don que tenía, aunque será bien difícil volver de cero”, se respondió a sí mismo. Y en ese momento sintió como si fuese otro. Aunque aún permanecía anónimo, cubierto bajo la niebla en el puerto del Callao, donde trabajaba en ese tiempo.
“Estaba en el anonimato. Después del premio obtenido con el cuadro a mi mamá me fue muy bien. A partir de allí he tenido propuestas”, dice el vigilante 9332, su código de Prosegur, que obedece al nombre de Hugo Salazar Chuquimango. A sus 30 años, acaba de inaugurar su primera exposición individual, “Entumecido por la vigilia”, como parte del premio XII Salón Nacional de Pintura Icpna 2010, que lo dotó con 5 mil dólares. Ahora ha ingresado al mercado del arte y sus cuadros, dependiendo del formato, están valorados entre 300 y 2.500 dólares. Y ya vendió algunos.
Si para algunos creadores mostrar su trabajo es como desnudarse ante el público, para Salazar es como si se quedara sin su revólver, desarmado. En sus obras aparecen sus obsesiones, esas que afloran y perturban cuando está en vigilia y lucha contra el sueño, entumecido. Allí están los barcos y el universo marino, la vigilancia y sus temores como guardián, la sexualidad y sus deseos reprimidos, su sentido de justicia. Todos bajo la influencia de Dalí y El Bosco. Todos, con esa carga sombría, a veces descarnada, propia de una madrugada densa y solitaria, que es cuando aparecen esas imágenes que terminan plasmadas en cuadernos a modo de bocetos.
“En los barcos sentí mis primeros síntomas de ese estado de vigilia: todas las cosas del inconsciente aparecen en la mente y disocias todo lo que sueles ver”: así explica Salazar su proceso creativo. Quizá eso también haya contribuido a que se incline hacia el surrealismo. Un artista necesita ser un vigilante: debe poseer la paciencia que lo haga capaz de soportar la soledad mientras se enfrenta al lienzo. Y no sentir presiones, para crear libremente, y pintar, por ejemplo, una escena orgiástica y monstruos marinos en un barco. La suya parece la vida de alguien que se sabe solitario, alerta por profesión e introvertido por naturaleza, alguien que alguna vez encontró la forma de sentirse integrado y comunicativo a través del pincel. Quizá por eso antepone la pintura: no tiene novia (“lo mucho que me ha durado una chica es un día”), ni tiene agua en su casa-taller del pasaje Olaya, en Lima (“cada domingo subo dos baldes de agua y en el trabajo hay ducha”), ni usa celular (“no me gusta distraerme”).
“Este pintor apasionado, que pinta en las condiciones más precarias, hace rememorar las dificultades que tantos creadores han tenido que vencer para llevar adelante su obra […] Salazar nos envuelve en una vorágine de acontecimientos, que van de lo apoteósico a lo catastrófico […] siempre enriquecidas con un poderoso contenido inconsciente”, ha escrito el psiquiatra Mariano Querol en el texto de la muestra.
Si no hubiera sido por el premio, Salazar seguiría igual: durmiendo apenas cuatro horas, yendo a la Escuela de Bellas Artes en las mañanas y en las noches a la fábrica de Santa Anita. Pero llegó el premio en octubre y ahora la exposición. “La fama uno la hace, pero no sé si será para toda la vida. Warhol dijo que toda persona merece 15 minutos de fama. Hay que saber aprovecharla”, dice.
“Es la primera vez que un concurso ha golpeado tanto el ambiente limeño. La cuestión es seguir. Necesita más mundo y depurar algunas cosas. Pero le veo mucho talento y va a destacar en el futuro”, dice Venancio Shinki, miembro del jurado del concurso que, en su tiempo, él también ganó. Artistas jóvenes como Fito Espinoza y Jaime Higa encontraron en este certamen la oportunidad de mostrar su obra en una individual financiada por el Icpna.
–Eso era lo que quería: que mi mamá viera algún día que soy alguien. Vivir del arte es difícil, quizá llegue una época que la haga y venda cuadros, pero dejar el trabajo…
–¿Dejarías la vigilancia? –le pregunto.
–No, creo que allí está la inspiración –dice Salazar y se queda en silencio, ubicándose otra vez en el anonimato.