domingo, 12 de octubre de 2008

EL POETA DE LAS FLORES DEL MAL

CHARLES BAUDELAIRE


Charles Pierre Baudelaire (1821 † 1867), poeta maldito, lúcido, perverso, crítico, satánico, blasfemo, pero sobre todo POETA.

El poeta es una flor rara. Ser poeta no sólo consiste en tener más o menos talento; se puede ser tan poeta, que ni siquiera se necesite escribir un verso para serlo. En cambio, por buenos versos que haga quien no sea poeta; nunca se le podrá considerar dentro de la cofradía en la que se entra sólo por derecho de indudable autenticidad, o no se entra de ninguna otra manera.


Baudelaire, uno de los poetas más influyentes del siglo XIX. Nació en París el 9 de abril de 1821. Tenía seis años cuando su padre, François Baudelaire un sacerdote sexagenario que había colgado los hábitos convertido en funcionario, muere, y su madre, Caroline Archimbaut-Dufays que había nacido en Londres, se vuelve a casar poco después con Jacques Aupick, un oficial que llegará a ser general comandante de la plaza fuerte de París. Baudelaire siempre sintió aversión por este padrastro.


El niño Baudelaire no había sido feliz con su padre postizo, no porque este fuera cruel, sino seguramente porque había en él una sensibilidad única: había nacido poeta… Solo basta leer su poema “Bendición” para saber lo que Baudelaire piensa sobre el nacimiento y la infancia del poeta, es decir la aparición de esa peregrina criatura que nace poeta, en este mundo en el que viene a cantar, a descubrir maravillado, por lo cual a veces ha de ser mirado con curiosidad, con burla, con recelo, como esos forasteros que recorren la ciudad asombrándose de todo.


Después de su bachillerato, rechaza entrar en la carrera diplomática con el apoyo de su padrastro. No quiere ser otra cosa, sino escritor. En gran perjuicio de su familia burguesa, frecuenta entonces la juventud literaria del Barrio Latino. Un consejo de familia, bajo la presión del general Aupick, lo envía a las Indias, en 1841, a bordo de un navío mercante. Pero Charles Baudelaire no desea más que la gloria literaria y durante una escala en la Isla de la Reunión, deserta y vuelve a París a tomar, puesto que ha alcanzado su mayoría de edad, la posesión de la herencia paterna. Se une a Juana Duval, una actriz mulata de la cual, a pesar de frecuentes desavenencias y numerosas aventuras, seguirá siendo toda su vida el amante y el sostén. Con todas las perversiones, los refinamientos, las exquisiteces sensuales que pueda haber en los versos que inspira esta “venus negra”, hay por debajo un puro recuerdo de adolescencia. Y la lealtad que Baudelaire profesa a esta mujer, de la que cuida hasta el último momento, cuando ya ella está vieja y enferma, demuestra esa pureza de sentimientos que no puede provenir más que de aquella pura juventud arrancada de sus raíces, de su ambiente, esta ternura que ha de salvar a Baudelaire de toda caída definitiva.


Participa en el movimiento romántico, juega a ser dandy, y contrae numerosas deudas. Sus excentricidades son tales que su madre y el general Aupick obtienen en 1844 del Tribunal que sea sometido a un consejo judicial. Baudelaire, herido, no se repondrá de esta humillación. Privado de recursos, no cesará desde entonces de evitar los acreedores, mudándose, escondiéndose en casa de sus amantes, trabajando sin descanso sus poemas intentando mientras tanto ganarse la vida publicando artículos. Una primera obra marca sus comienzos como crítico de arte. Loa a su amigo Delacroix, critica a los pintores oficiales. Ese mismo año, una tentativa de suicidio le reconcilia provisionalmente con su madre. En 1846, descubre la obra de Edgar Alan Poe, ese maldito de Ultramar, de más allá del Atlántico, ese otro incomprendido que se le asemeja, y, durante diecisiete años, va a traducirlo y revelarlo.

Posteriormente su salud comienza a deteriorarse. Se ahoga, sufre crisis gástricas y una sífilis contraída diez años antes reaparece. Para combatir el dolor, fuma opio, toma éter. Físicamente, es una ruina. En la soledad orgullosa donde él se ha encerrado, dos luces: los escritos admirados de dos escritores todavía desconocidos, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine, sobre su obra que se resume en una única recopilación. Las Flores del Mal, a lo que hay que añadir los poemas en prosa del Spleen de París, ensayos, (Los Paraísos Artificiales, estudio sobre los efectos del opio y del hachís), sus artículos de crítica y su correspondencia. En 1866, durante una estancia en Bélgica, un ataque lo paraliza y lo deja casi mudo. Agoniza durante un año; amigos, para ayudarlo a sobrellevar el dolor, acuden junto a su lecho a interpretarle a Wagner.


Hay que estar muy desesperado para blasfemar como lo hace Baudelaire en ocasiones. Pero esa misma desesperación, ese mismo blasfemar y maldecir de este “poeta maldito” nos esta diciendo su inconformidad con la fealdad del mundo que le rodea, nos está revelando la aspiración a lo infinitamente bello y lo infinitamente bueno, y es, a su manera, un camino de perfección, porque Baudelaire siempre acaba por encontrar a Dios, siempre acaba por encontrar el bien, la pureza. En su más “condenable” poema, el de Mujeres condenadas, acaba él mismo por pronunciar la sentencia, por lanzar la condenación, como poseído de un divino designio, y vemos al espíritu descender sobre todas las aberraciones, sobre todos los desvaríos, sobre todos los delirios de la carne y de la sensualidad.


Tal vez fue Juana Duval quien mejor lo comprendió en algún instante. Nunca, naturalmente, el coronel Aupick, su padrastro, ni la pobre señora Caroline Archimbaut-Dufays, en cuyos brazos, ya viuda de Aupick, muere el poeta en París, el día 31 de agosto de 1867, cuando tenía cuarenta y seis años de edad. Por caprichos del destino, el poeta es enterrado en el cementerio de Montparnasse, al lado mismo de su padrastro, “el hombre que él había odiado más en la vida”, como si un castigo domestico le persiguiera al tomar contacto definitivo con la tierra, él, que había hecho todo lo posible por libertarse de lo cotidiano.

Después de su muerte, Las flores del mal es como un lugar obligado de peregrinación de todo lector de libros, algo así como las torres de Notre Dame en el itinerario de París y en la imaginación de cuantos sueñan con verlo.


Aquí están sus versos, aquí se les ofrece Las flores del mal íntegramente. “Tomad y leed, esta es mi sangre”, pudiera decir el poeta, imitando a Jesús, al ofrecernos su obra, esta hermosa, abundante, y milagrosa cosecha de sus poemas.


Las Flores del Mal

"Lector apacible y bucólico, sobrio e inocente hombre de bien,

arroja este libro saturniano, orgiástico y melancólico.
Si no has estudiado tu retórica con Satán, el astuto decano, ¡arrójalo!

No comprenderás nada de él, o me creerás histérico.
Pero si, sin dejarte hechizar, tu pupila sabe sumergirse en los abismos,

léeme, para aprender a amarme;

alma curiosa que sufres y andas en busca de tu paraíso

¡compadéceme! Sino, ¡yo te maldigo!"



Download: Las flores del mal

miércoles, 1 de octubre de 2008

Cocó Ciëlo descanza en paz

Tomo esta lamentable noticia del blog de Wilder González:

http://www.peruavantgarde.blogspot.com/

Y del blog de Oriani_K:

http://orianik.blogspot.com/

Comparto lo leído en el blog de Oriani_k:

Esta es una de las mañanas más lamentables y tristes de mi vida. Me enteré hoy que el ser creador de Silvania y Ciëlo, Jorge Revilla, conocido como Cocó Ciëlo fue hallado sin vida en su departamento ubicado en la ciudad de Madrid…

Gracias por todo lo que nos ofreciste Cocó, mil gracias…















adn » cultura

Muere Cocó Ciëlo, la estrella más provocadora del 'underground'

Integrante de Silvania y Ciëlo, creador del sello discográfico Click New Wave, un músico y dj cuya actitud y rebeldía ha sido un ejemplo de clase e independencia

Elena Cabrera,

Cocó Ciëlo, músico de extraordinario talento, un dj arriesgado, y un inteligente provocador -verbal y estético- ha sido encontrado muerto en su domicilio de Madrid a primera hora de la mañana del domingo herido, según la policía, por cortes de arma blanca.

Nacido en Arequipa (Perú), emigró a Europa para cumplir sus sueños, para ser una estrella, dejando atrás un país que no le comprendía. Lo hizo junto a su gran amigo e inseparable compañero artístico, de penurias y laureles, Mario Ciëlo.

Llegaron a Alemania en los albores de los años 90 y de allí se trasladaron a Valencia donde, con el nombre de Silvania, sacaron sus dos primeros discos, el EP Miel nube hiel y el álbum En cielo de océano. Se adelantaron, con mucho, a la explosión de la música independiente en España y fueron pioneros de un sonido basado en la belleza y las espirales de las guitarras distorsionadas.

Gracias a esa primera etapa de Silvania, la música independiente de nuestro país pudo mirar a la cara a grupos como My Bloody Valentine, Cocteau Twins o Insides.

Darle la vuelta a la noche

Cocó, cuyo verdadero nombre era Jorge Revilla, pero qué poco importa eso, jamás tuvo pelos en la lengua y esa fue una actitud que le ocasionó admiradores y detractores con igual pasión.

Cocó cambiaba la vida de cualquier persona que le conociera. Su radicalidad en una España cada día más gris empujaba al que le seguía a un tipo de barricada artística, necesaria, extravagante y única Silvania se mudó a Madrid e hicieron de la música, de la noche y de la cultura de la ciudad un lugar mucho más emocionante. Impulsaron el club Galax, dedicado a la electrónica que emergía en los 90, llevaron la dirección artística del subsello dedicado a la electrónica de Elefant (donde grabaron la mayor parte de su carrera como Silvania) y, posteriormente, Cocó fue el programador del escenario más arriesgado del Festival de Benicàssim, el Chill Out.


Durante años él estuvo ligado a la organización del festival e influyó siempre en su actitud más avanzada. Cocó odiaba lo previsible, la prensa musical formalista y aburrida, la juventud adocenada, la complacencia.

Dio por finiquitada una etapa y decidió tomar las riendas de su carrera. Él y Mario cambiaron Silvania por Ciëlo, rompieron los contratos y crearon su propio sello, Click New Wave. Para autoeditarse, para no depender, para cambiar el mundo. Y así fue.

La singularidad, que no es extravagancia

Cocó Ciëlo cambiaba la vida de cualquier persona que le conociera. Su estética, deudora del futurismo y la new wave, no se parecía a nada ni a nadie, sólo a él. Su radicalidad en una España cada día más gris empujaba al que le seguía a un tipo de barricada artística, necesaria, extravagante y única.

Periodistas y amigos decían de él que desde Fabio McNamarara este país no había tenido la suerte de encontrarte alguien tan transgresoramente pop como él. Desde hace años y ya para siempre Cocó Ciëlo es una estrella.

Gracias por todo lo que nos ofreciste Cocó, mil gracias…