jueves, 18 de septiembre de 2008

La Melancolía

Hablemos un poco sobre esto, ¿Qué es la melancolía? (pero antes que les parece si ponemos algo de música, algo de Clan of. Xymox, por ejemplo), según la Real Academia Española de la Lengua nos dice: Melancolía (Del Lat. melancholĭa, y este del gr. μελαγχολία, bilis negra) Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.

Pero, quizás es en esta palabra en la que mejor se sintetiza la convicción profunda de que el espíritu humano viaja por el cuerpo en las secreciones, llamadas también "humores". La melancolía es, en efecto, un humor negro, es decir una secreción glandular negra. Porque así lo entendían los griegos que crearon la palabra melagcolia (melanjolía). Está formada por melan (mélan), que significa negro, más colh (jolé), que significa bilis, hiel. No olvidemos que de este segundo elemento se ha formado la cólera. En latín prefirieron la forma melancholia, transcripción del término griego, al latino atra bilis (bilis negra), del que se formó como cultismo el término "atrabiliario", que entró en nuestra lengua como galicismo, pero que no ha hecho fortuna. Para los griegos melancolía significó desde el primer momento tanto el hecho fisiológico de la secreción y circulación por el cuerpo de "humor negro", como su resultado psicológico. Y aun cuando el uso de esta palabra se fue decantando cada vez más hacia su vertiente anímica, siempre estuvo presente para los griegos su valor primitivo. El adjetivo melagcoliko (melanjolikós) significa preferentemente la afección anímica (triste, melancólica, de humor sombrío).

Actualmente, la melancolía sigue formando parte de los cuadros clínicos, y se la define como una psicosis que se caracteriza por depresión profunda, dolor moral, sentimiento de culpabilidad, de desmoronamiento, de autodesprecio, afecciones que van acompañadas por inhibición psicomotríz, lentitud del pensamiento y malestar corporal de tipo hipocondríaco. Un cuadro que puede colocar al paciente al borde del suicidio. Esta enfermedad, igual que la tuberculosis, fue elevada a la categoría de sublime por el romanticismo. Estuvo presente en nuestra cultura y en nuestra lengua desde siempre.

Debido a su buena prensa, la melancolía ha sido objeto de más de una obra literaria, Tirso de Molina, por ejemplo, compuso la comedia El Melancólico, que tuvo un gran interés para el público, porque veía en el protagonista al enigmático y melancólico Felipe II.

A continuación les presento el texto de Alejandra Pizarnik: “El Espejo de la Melancolía” Un ensayo sobre Elizabeth Bathory: La Condesa Sangrienta. La Condesa es considerada una melancólica. Esta caracterización, más allá de ser un diagnóstico psicopatológico posible de aplicar, invita a reflexionar acerca de las condiciones sociales que provocan y fomentan la melancolía.


Alejandra Pizarnik
“El Espejo de la Melancolía”
(Ensayo sobre Elizabeth Bathory)


...vivía delante de su gran espejo sombrío, el famoso espejo cuyo modelo había diseñado ella misma... tan confortable era, que presentaba unos salientes donde apoyar los brazos, pudiendo permanecer muchas horas frente a él sin fatigarse.

Podemos conjeturar que habiendo creído diseñar un espejo, Erzébet trazó los planos de su morada. Y ahora comprendemos por qué sólo la música más arrebatadoramente triste de su orquesta de gitanos o las riesgosas partidas de caza o el violento perfume de las hierbas mágicas en la cabaña de la hechicera o –sobre todo- los subsuelos anegados de sangre humana, pudieron alumbrar en los ojos de su perfecta cara algo a modo de mirada viviente. Porque nadie tiene más sed de tierra, de sangre y de sexualidad feroz que estas criaturas que habitan los fríos espejos.

Nunca pudieron aclararse los rumores acerca de la homosexualidad de la condesa, ignorándose si se trataba de una tendencia inconsciente o si, por el contrario, la aceptó con naturalidad, como un derecho más que le correspondía. En lo esencial, vivió sumida en un ámbito exclusivamente femenino. No hubo sino mujeres en sus noches de crímenes. Luego, algunos detalles son obviamente reveladores: por ejemplo, en la sala de torturas, en los momentos de máxima tensión, solía introducir ella misma un cirio ardiente en el sexo de la víctima. También hay testimonios que dicen de una lujuria menos solitaria. Una sirvienta aseguró en el proceso que una aristocrática y misteriosa dama vestida de mancebo visitaba a la condesa. En una ocasión las descubrió juntas, torturando a una muchacha. Pero se ignora si compartían otros placeres que los sádicos.

Continúo con el tema del espejo. Si bien no se trata de explicar a esta siniestra figura, es preciso detenerse en el hecho de que padecía del mal del siglo XVI: la melancolía.
Un color invariable rige al melancólico, su interior es un espacio de color de luto; nada pasa allí, nadie pasa. Es una escena sin decorados donde el yo inerte es asistido por el yo que sufre esa inercia. Este quisiera liberar al prisionero, pero cualquier tentativa fracasa como si hubiera fracasado Teseo si, además de ser él mismo, hubiese sido, también, el Minotauro, matarlo, entonces, habría exigido matarse.

Pero hay remedios fugitivos. Los placeres sexuales, por ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de espejos que es el alma melancólica. Y más aún: hasta puede iluminar ese recinto enlutado y transformarlo en una suerte de cajita de música con figuras de vivos y alegres colores que danzan y cantan deliciosamente. Luego, cuando se acabe la cuerda, habrá que retornar a la inmovilidad y al silencio. La cajita de música no es un medio de comparación gratuita. Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto.

De allí que ese afuera contemplado desde el adentro melancólico resulte absurdo e irreal y constituya “la farsa que todos tenemos que representar”. Pero por un instante –sea por una música salvaje, o alguna droga, o el acto sexual en su máxima violencia-. El ritmo lentísimo del melancólico no sólo llega a acordarse con el del mundo externo, sino que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa, y el yo vibra animado por energías delirante.

Al melancólico el tiempo se le manifiesta como suspensión del transcurrir –en verdad, hay que transcurrir, pero su lentitud evoca el crecimiento de las uñas de los muertos- que procede y continúa a la violencia fatalmente efímera. Entre dos silencios o dos muertes, la prodigiosa y fugaz velocidad, revestidas de variadas formas que van desde la inocente ebriedad a las perversiones sexuales y aun al crimen. Y pienso en Erzébet Báthory y en sus noches cuyo ritmo medían los gritos de las adolescentes.

El libro que comento en estas notas lleva un retrato de la condesa: la sombría y hermosa dama se parecen a la alegoría de la melancolía que muestran los viejos grabados. Quiero recordar, además, que en su época una melancólica significaba una poseída por el demonio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante la historia de la condesa Bathory, voy a investigar más, saludos...